7 nov 2010

NO ME SUMO

por Gabriel Corvi 


Es difícil escribir hoy, a tan pocos días. Es difícil porque todo es muy reciente y uno -que no es mal parido- siente que es mejor esperar porque ya habrá tiempo para decir lo que haya que decir. Pero también se hace difícil porque cuesta estar seguro si es bueno esperar para decirlo. Y cuesta porque no se puede saber hacia donde va la historia. Una historia que permite que aún hoy existan calles que se llamen Julio Argentino Roca o Ramón Falcón. Y a la vez, que para muchos esos nombres sean apenas nombres de calles, no de asesinos. 


Pero fundamentalmente es difícil porque en este tiempo edulcorado e hipócrita que vivimos, no acongojarse frente a ciertas muertes sumándose al coro de lamentos nos transforma directamente en malas personas. Ya no solo en gorilas, cipayos o agentes del imperialismo. Sencillamente nos convierte en hijos de puta. 


Y sin embargo, y aún a riesgo de eso, no puedo participar del duelo. 


No puedo participar porque no puedo separar la muerte de alguien de lo que fue su vida. Por eso nunca estuve de acuerdo con que todas las muertes sean igual de lamentables sin importar quien muera. Porque creerlo implicaría sostener que todas las vidas son igual de valiosas. Y yo me resisto a creer que, por ejemplo, la vida de un oficial SS que torturaba y asesinaba en un campo de concentración en nombre de la superioridad aria haya valido lo mismo que la de un niño torturado y asesinado en ese mismo campo solo por ser judío. Me niego, entonces, a aceptar que frente a ambas muertes, lo justo y lo correcto sea lamentarlas de igual modo. 


Kirchner no fue un oficial SS y acuerdo con que el ejemplo resulta demasiado exagerado. No hace falta aclararlo. Pero no por eso estoy obligado a integrarme calladamente al "circo beat" del que todos, amigos y enemigos, parecen querer participar. No estoy dispuesto a aceptar que me impongan lo que tengo que pensar o decir y quieran obligarme a lamentar su muerte. Porque no es su muerte sino su vida lo que me importa. Y sus acciones en vida son lo que lamento. 


Lamento que cuando vivía, para Néstor Kirchner la vida de otros haya tenido un valor tan relativo. Como la de Julio López, cuya vida parece no haber sido lo suficientemente valiosa para ser buscado, encontrado y castigados los responsables de su desaparición. Su vida, para Kirchner, apenas justificó una pantomima vergonzosa montada poco después con el fin de mostrar que el gobierno estaba haciendo lo que nunca había hecho. 


Lamento que tampoco le haya importado la vida de Luciano Arruga, quien ni siquiera estuvo alguna vez en la agenda gubernamental. O la de Mariano Ferreyra, asesinado por la burocracia sindical cercana y funcional al gobierno, mientras luchaba por cambiar las condiciones de trabajo que Kirchner nunca se ocupó de modificar. Un "zurdito" que mereció la rápida preocupación del matrimonio presidencial solo para salir a despegarse de los autores materiales y para señalar (no tan) elípticamente a Duahlde como responsable político, haciendo gala de un oportunismo que hasta el mismo Duhalde definió como una "muestra de su miseria espiritual". Y si él lo dice es para tenerlo en cuenta, porque de eso sabe mucho. 


Me entristece ver como en vida, para Néstor Kirchner los millones de pobres y desocupados desparramados a lo largo del país fueron solo un instrumento con fines políticos que se moldeaba manipulando el valor real del costo de vida y los índices de inflación, de manera tal que pueda acomodarse a las necesidades que tuvo -y tiene- su gobierno de mostrar resultados. O que pensara que, mientras los jubilados no son merecedores del 82% móvil, el Club de París sí merece que "Argentina honre sus deudas" con ellos. 


Entonces no puedo sumarme al duelo. 


No puedo porque lo he visto pagar u$s 10 mil millones al FMI, legitimando así una deuda contraída sobre la sangre de miles de argentinos torturados, muertos y desaparecidos, presos y exiliados, mientras la salud y la educación pública seguían -y siguen- cayendo en picada, negándole a millones de personas derechos tan fundamentales como una atención sanitaria digna y una educación que les permita construirse un futuro. 


No puedo porque durante su vida el problema de la vivienda tampoco fue algo que ocupara su atención. Por eso millones de personas siguen sometidas a la explotación de los alquileres, imposibilitadas de acceder a una casa propia. Hasta de las villas hay gente que es "expulsada" por no poder afrontar los altos costos de los alquileres. Pero tristemente, Néstor Kirchner nunca consideró que las cuantiosas reservas acumuladas durante su gobierno -y de las que tanta gala se hizo y se sigue haciendo- se pudieran usar para construir a menores costos e impulsar el crédito para la compra. Reservas que engordaron, entre otras cosas, gracias al 21% de IVA heredado de Menem y Cavallo, uno de los mas caros del mundo y que pagamos todos por igual -sin ser iguales- y en cosas tan básicas como alimentos y servicios. 


No puedo entristecerme con su muerte porque no puedo olvidar que en vida, la voluntad y el esfuerzo que puso en impulsar la reapertura de causas contra los asesinos de la dictadura, ya octogenarios y sin peso político alguno, no la puso en la búsqueda de castigo para los responsables políticos de los crímenes de Maxi Kosteki y Darío Santillán, algunos de los cuales fueron y son sus aliados a la vez que otros siguen siendo miembros de su gobierno. 


Por eso no puedo sumarme al duelo. 


No puedo por haberlo visto enarbolar la Asignación Universal por Hijo como un logro propio cuando no solo no es universal, sino que desde hacía ya cierto tiempo era impulsada por Proyecto Sur y por ¡Elisa Carrió!. Pero fundamentalmente porque dicha asignación no se paga con impuestos a la renta financiera, o con impuestos extraordinarios a las grandes empresas o a la explotación minera, por ejemplo. Por el contrario, esta se sostiene con el dinero de los trabajadores que aporta el Anses. Es decir, con el dinero de autónomos con facturaciones mínimas, empleados en negro obligados a facturar, empleados en blanco pero con sueldos de miseria, pequeños comerciantes con pequeños ingresos, etc. El mismo dinero con el que se mantiene el negocio de Julio Grondona, quien fuera impulsado por Massera y Lacoste al frente de al AFA. Mientras tanto los bancos, entre otros, siguen disfrutando de ganancias extraordinarias. 


No puedo porque lo vi pelear enceguecido por imponer la nueva Ley de Radiodifusión gritando a los cuatro vientos que la existente era una "ley de la Dictadura"; pero no lo vi desesperarse por cambiar la Ley de Inversiones Extranjeras sancionada por Martínez de Hoz y con agregados hechos durante el gobierno de Menem. Una ley que desregula por completo la entrada de capitales foráneos otorgándoles igualdad de condiciones que a los capitales nacionales. Una ley que permite, entre otras cosas, que toda el área de servicios o la de explotación minera e hidrocarburos esté en manos de empresas extranjeras. Lo que hace, de alguna manera, que no seamos dueños de nuestra energía, nuestro gas, nuestros recursos naturales o nuestras comunicaciones. Pero al menos podemos ver a Liliana López Foresi o a Víctor Hugo Morales en su rol de pregoneros oficialistas desde la pantalla. 


Cosas así me impiden participar del duelo. 


Cosas como los casi 3.000 niños por año que siguen muriendo por desnutrición. Las víctimas del dengue, del Chagas y la tuberculosis. Los que ven sus tierras, lagos y ríos arrasados por la minería a cielo abierto. Los cientos de miles que siguen comiendo gracias a la caridad de otros. Los que con frío, lluvia o calor, tienen que juntar lo que otros tiran para conseguir unas monedas. Los médicos que trabajan en hospitales públicos como si fuera hospitales de campaña y los pacientes que hacen colas interminables para conseguir un turno que a veces tarda meses. Los maestros que siguen comprando las tizas con su plata y a la vez deben oficiar de "asistentes sociales". Los que solo van a la escuela a comer. Los que todos los días viajan peor que animales en trenes que cobran subsidios millonarios. Los que tienen que trabajar 12 o 14 horas diarias para apenas llegar al mes siguiente. Los que no tienen que hacerlo porque no tienen trabajo. La enorme cantidad de pobres y marginados del sistema que siguen siendo tierra fértil para el paco y la delincuencia. Los pibes de los barrios cuya máxima aspiración solo puede ser comprarse un ciclomotor para repartir pizza. Los cientos de presos y procesados por luchar por mejores condiciones de vida. Y sigue la lista. 


Y no es caer en lugares comunes decirlo, porque todo eso es parte de una realidad objetiva. Aunque ponerle números a esa realidad resulte hoy imposible porque Kirchner también se ocupó de destruir los organismos de medición. Y no parece fácil poder resolverlo en lo inmediato. Por lo menos no mediante un censo cuyas preguntas son si la semana pasada trabajamos al menos una hora o si viene gente de afuera a orinar a nuestro baño. Pero esa realidad está ahí a la vista de todos. Aunque algunos se empeñen en disfrazarla o directamente en no querer verla. 


Y entonces, llegada esta instancia, ya no solo no puedo. Tampoco quiero sumarme al duelo. 


No quiero porque todo lo describí hasta ahora -y que es apenas una parte- implica en lo cotidiano mucho sufrimiento para mucha gente. Mucho dolor, tristeza y angustia para muchos. Mucha muerte también. Y no me parece bien lamentarme por alguien que, es justo decirlo, no inició esto. pero tampoco hizo nada para detenerlo. Por el contrario, con un discurso progre y algunos firuletes para la tribuna, mantuvo intacto todo el andamiaje neoliberal instalado en los ´90 -servicios fundamentales privatizados, bajo poder adquisitivo, precarización del trabajo, súper explotación, aumento de la brecha entre los que más y menos tienen, mayor concentración de la riqueza, privatización de la salud y la educación, continuidad del endeudamiento, etc.- mientras multiplicaba por mucho su capital y el de sus amigos, a la vez que construía poder con el fin de eternizarse. 


Siento que si me lamentara por él tendría que olvidarme de todos esos otros millones, lo que me colocaría en el mismo lugar que los traidores, los inmorales, los cínicos, los acomodaticios y los delincuentes que hoy se rasgan las vestiduras y haciendo gala de una retórica vacía atropellan desde los medios con frases como "haber recuperado la militancia", "poner de pie a la Nación", "enfrentar a los poderosos" y llaman a "profundizar el modelo". Muchos de ellos enarbolando el estandarte de los desaparecidos, aunque solo se estén limpiando el culo con ese estandarte pese a tratarse de sus hijos o compañeros, porque la obra de Kichner dista mucho de lograr que el Hospital de niños funcione algún día en el Sheraton Hotel. 


Siento que de lamentarme también podría estar pareciéndome a aquellos que lo reivindican solo por los enemigos que supo ganarse: la Sociedad Rural, Clarín, Grondona, La Nación o Duhalde. Lástima que quienes lo enaltecen por sus enemigos olvidan que sus amigos -Moyano, Scioli, Sergio Szpolski, Gerardo Werthein, Moreno, De Vido, entre otros- son igual de tenebrosos. Y no logro entender esa capacidad de negación. No comprendo por qué para ellos Telefónica es mejor que el grupo Clarín o Los Grobo son mejores que Biolcatti y cía. No me doy cuenta que diferencia a Hadad de Magnetto. 


Escribí al principio que no sabemos hacia donde va la historia. Y eso es porque la historia no se escribe sola sino que la escriben los pueblos. O al menos debería ser así. Entonces, si somos capaces como pueblo de construir una sociedad justa e igualitaria, donde nadie viva del trabajo ni de la necesidad del otro, donde la debilidad ajena no sea una oportunidad para sacar ventaja, donde la solidaridad y la cooperación sean moneda corriente y la base de nuestro funcionamiento, donde nadie decida por nosotros y no estemos todos obligados a hacer lo que solo conviene a unos pocos; ese día Néstor Kirchner ocupará el lugar que merece: será solo un nombre más en una larga lista de hechos y personajes pertenecientes a un tiempo que, por suerte, habremos superado. 


Mientras tanto, mientras nada cambie, seguirá ahí, encumbrado de alguna manera, diciendo más de nosotros que de sí mismo. 


Gabriel Corvi Noviembre de 2010

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