6 ene 2011

Actualización Política

José Pablo Feinmann, en su novela La astucia de la razón, escribe un diálogo ficcional entre René Rufino Salamanca, líder obrero de los mecánicos cordobeses y John William Cooke, cuadro político más importante de la izquierda peronista. Están comiendo empanadas y tomando vino en una casa de la calle 27 de abril junto a varios compañeros. Salamanca le dice a Cooke que los obreros son peronistas mientras el peronismo no es obrero, entonces, es necesario conducir a la clase obrera hacia el encuentro con su propia ideología. Cooke le dice que está equivocado, que eso es ponerse afuera de los obreros y hacer vanguardismo ideológico, que siempre es necesario recordar el consejo de Lenin: debemos partir del estado de conciencia de las masas; si la identidad política de los obreros argentinos es el peronismo, no estar ahí, es estar afuera. Bueno, compañero –le responde Salamanca–, entonces nosotros estamos afuera del peronismo y sobre todo afuera de la conducción de Perón. Cooke, irónico, sonríe. Sabe que tiene algo sorpresivo para decirle a Salamanca: No hay caso entre ustedes y Perón, che. Que Perón no representa los verdaderos intereses de la clase obrera. Que la clase obrera tiene un líder y una ideología burgueses. Bueno, mirá, escuchame bien: Yo me cago en Perón. En ese momento a Salamanca se le iluminó la cara y dijo: parece que estamos más de acuerdo de lo que creíamos, Gordo, nosotros también nos cagamos en Perón. Pero Cooke dice no, no estamos de acuerdo, porque ustedes se cagan en Perón de una manera y yo y los peronistas como yo de otra. Porque, para ustedes, compañero, cagarse en Perón es quedarse afuera. Afuera de Perón y de la identidad política del proletariado. Mientras que para nosotros, cagarnos en Perón es rechazar la obsecuencia de los burócratas del peronismo. Es reconocer su liderazgo pero no someternos mansamente a su conducción estratégica. Para nosotros, Salamanca, para mí y para los peronistas como yo, para los peronistas revolucionarios, cagarnos en Perón es crearle hechos políticos a Perón, aun al margen de su voluntad o del que sea su propio proyecto. Para nosotros, cagarnos en Perón es creer y saber que el peronismo es más que Perón. Que Perón es el líder de los trabajadores argentinos, pero que nosotros, los militantes de la izquierda, tenemos que hacer del peronismo un movimiento revolucionario. De extrema izquierda. Y tenemos que hacerlo le guste o no le guste a Perón. Porque si lo hacemos, a Perón le va a gustar. Porque Perón es un estratega y un estratega trabaja con la realidad. ¿Entendés, Salamanca? Y nosotros le vamos a crear la realidad a Perón. Una realidad que, más allá de sus propias convicciones que son muy difíciles de conocer, Perón va a tener que aceptar. Porque Perón, Salamanca, ya no se pertenece. Quiero decir: lo que no le pertenece es el sentido político último que tiene en nuestra historia. Porque Perón, Salamanca, va a tener que aceptar lo que realmente es, lo que el pueblo hizo de él: el líder de la revolución nacional y social en la Argentina. Ésa es, entonces, compañero, en suma, mi manera de cagarme en Perón.

Bien, eso fue publicado en 1990 y transcurre en una noche de 1964, cuando John W. Cooke había estado en Córdoba dando una conferencia sobre el fallido regreso de Perón. Lo interesante de todo esto, al menos lo interesante desde la coyuntura actual, es que revela una de las falacias madres del discurso kirchnerista: la falacia sesentista. Veamos: el kirchnerismo ha venido construyendo poder a través de seis caminos oscuros, primero, sus alianzas con las corporaciones extranjeras que están saqueando la nación, como la minera Barrick Gold, o la petrolera Pan American Energy; segundo, sus pactos con las corporaciones cipayas, como el industrial Grupo Macri o la sojera Bunge & Born; tercero, su base político-clientelar con las intendencias corruptas del conurbano bonaerense, a través de Sergio Massa (ex UceDé), a través de Martín Sabbatella, a través de Fernando Espinoza y muchos otros; cuarto, sus inmundos acuerdos con las gobernaciones criminales, bancando a Gildo Insfrán en Formosa, bancando a José Luis Gioja en San Juan, bancando a José Jorge Alperovich en Tucumán y a muchos otros; quinto, su estratégico proyecto sindical junto a Hugo Moyano (ex Triple A) y toda la burocracia sindical del menemismo, incluyendo a tipos como José Pedraza, responsable de la destrucción de los Ferrocarriles Argentinos; sexto –y esto es lo que nos interesa ahora–, su extraordinaria capacidad de sacarse de encima muertes de hambre, muertes en represión, muertes por uso indiscriminado de agrotóxicos, utilizando el discurso de artistas, escritores y demás especímenes de la llamada intelectualidad subsidiada, autora de la anacrónica falacia sesentista con la cual nos quieren hacer comer el sapo más grande que se haya visto. Esta falacia sesentista consiste en pensar que la coyuntura actual es la misma que la de los años sesentas, cuando el peronismo era una fuerza viva capaz de transformar la nación porque la mayoría del pueblo era peronista porque Perón nos dio trabajo, porque Perón nos sacó de la servidumbre o porque soy lo que soy gracias a Perón. Ahora, después de las décadas terribles que fueron pasando, repletas de traiciones, la sociedad argentina se ha desperonizado, es decir, la sociedad argentina de hace veinte años fue cumpliendo su ciclo biológico (la gente se fue muriendo) dejando una sociedad muy diferente. Tal vez hasta el año 1989, el pueblo metió en la urna el sueño de que saliera de allí lo que alguna vez salió, pero luego del menemismo entreguista y banal, sumado a los palos recibidos en la dictadura, los votos del peronismo pasaron a ser los votos del pejotismo. Al haberse vaciado de contenido, solo quedó la estructura del peronismo: el Partido Justicialista, una estructura, un aparato electoral que por medio del clientelismo político, aprovechándose de las necesidades de una sociedad terriblemente golpeada por sus políticas y por las de la UCR, mantiene un pseudopoder político (estando en el gobierno o estando en la oposición) para ser un mero gestor de las corporaciones extranjeras y cipayas, para ser un agente administrativo en la dictadura del capital. Entonces, el anacronismo de la falacia sesentista queda en evidencia cuando la intelectualidad subsidiada, arguyendo que este gobierno es lo más progresista que soporta la sociedad argentina, señala como enemiga a una derecha que tiene el mismo proyecto de país que el gobierno nacional y popular de Cristina Fernández, teniendo en cuenta, además, que una sociedad cooptada por los aparatos no es igual a la sociedad de la década del sesenta. La intelectualidad subsidiada, con ese discurso, tiene como objetivo principal, decirles a los argentinos que es inviable reparar la pobreza y la indigencia, mejorar el transporte, recuperar la renta minera e hidrocarburífera, auditar la deuda pública, limitar la extranjerización de la tierra y de nuestros recursos pesqueros, entre otras cosas, manteniendo en el poder político al principal enemigo interno: el bipartidismo (PJ y UCR) cómplice de las mafias que son dueñas del país. Sin embargo, aún mirando todos los platos servidos en la mesa demoníaca del kirchnerismo y sus aliados: Macri, UCR, Cargill, Barack Obama y muchos otros, hay pibes, hay militantes jóvenes comiendo esa mentira, ese estofado que vino como un plan para continuar el saqueo de nuestro país.

Ahora, observando el panorama político, social y cultural que vivimos, vaciado de contenido por los medios de comunicación hegemónicos, ¿dónde encontraríamos ese espíritu de los tiempos?, ese camino sobre el cual debemos volcar toda nuestra fuerza generacional. El escritor oriental Jiddu Krishnamurti observa que en la profunda crisis que padecemos como humanidad, es imposible continuar aceptando y reproduciendo las viejas normas, los viejos patrones, las antiguas tradiciones viciosas. Nuestro gobierno, creyendo innecesario un cambio de época, mantiene las formas que hace doscientos años venimos padeciendo. En Bolivia, la constitución política del estado de 2009 establece la división de poderes en cuatro órganos de gobierno; en Venezuela, la constitución aprobada el 15 de diciembre de 1999, conforma un estado que se estructura en cinco poderes. Nosotros, en Argentina, mantenemos la constitución menemista con todos los artículos nefastos que apoyaron individuos como Néstor Carlos Kirchner, capaces de provincializar los recursos naturales estratégicos del subsuelo para luego negociarlos con las corporaciones extranjeras, hecho infinitamente antifederal. Nosotros, en Argentina, estamos asesinando a las comunidades indígenas con hambre y con balas en lugar de aprender cosas de ellos. Nosotros, en Argentina, estamos siguiendo la huella colonialista de Sarmiento cuando la realidad pide una cooperación latinoamericana que no se detenga en los negocios bilaterales, sino que se profundice en proyectos conjuntos, promoviendo políticas internas similares y políticas de integración como un ferrocarril que una la Patagonia con el lago de Maracaibo. Nosotros, en Argentina, estamos orgullosos de que la secretaria de estado yanqui, Hillary Clinton, elogie nuestras políticas económicas cuando pagamos al club de París una deuda odiosa, ilegítima y fraudulenta. Nosotros, en Argentina, estamos siendo engañados por un gobierno que se llama progresista pero que basa su discurso en coyunturas políticas de hace cincuenta años. Entonces, el único camino que nos queda a los jóvenes argentinos, es mirar los procesos latinoamericanos e inventar nuestra ideología, nuestra revolución, sabiendo que si recuperamos los recursos petroleros y naturales del país es posible acabar con la pobreza y el desempleo y desarrollar sus capacidades industriales y científico-técnicas, en el marco de una integración continental autónoma, recordando siempre la militancia de tipos como John William Cooke, acordes a su tiempo.

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